Librémonos de las ataduras.

Una de las cosas de vivir por primera vez en una ciudad diferente a la que te has criado toda tu vida es que no puedes evitar compararla una con la otra. Y aunque son muchas las diferencias, hay una especialmente curiosa para mi. En esta ciudad veo más personas que se han perdido en sus cabezas, que explotan en mitad de una multitud y no les importa que los demás los miren. Por desgracia la gran mayoría los califican de locos e intentan no acercarse mucho a ellos. La verdad es que para  mi el término de la locura no lo tengo tan claro como para juzgar a estas personas.

Los motivos por los que estos individuos andan por las calles causando el desconcierto pueden ser muy variados: Una relación que no fue bien, el tiempo gris, el trabajo o simplemente un día no pudieron estar más tiempo sentados conteniendo todo en su interior. No me importa cual sea la causa de ese comportamiento y tampoco creo en que haya que ayudarles con la excusa de que están fuera de lo normal. ¿Son ellos o no nosotros, que no dejamos que nuestros sentimientos salgan fuera, los que la necesitan?
Esta situación hace preguntarme a mi misma en qué mundo vivimos. Un mundo donde esta mal visto gritar por la calle. 

¡Por qué tengo que andar para fusionarme con una multitud aburrida y sin vida! 
¡Por qué no puedo bailar y cantar cuando y donde me apetezca sin que la gente me mire mal o extrañada! 
¡Por qué tengo que irme a lo más hondo del bosque para desahogarme y que las hojas escondan esos sentimientos! 
¡Por qué no podemos ser todos aquel extraño que gritaba al aire y poder vivir por una vez como nosotros queramos y no como la aburrida y monótona multitud diga!

Por qué.

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